miércoles, 20 de marzo de 2013

La clase política salta por la ventana.


La imagen ya corría ayer por Twitter y hoy es portada de La Voz de Galicia. Los concejales y el alcalde de Ponteareas abandonando un pleno del ayuntamiento por la ventana trasera. La razón: delante del Concello les esperada una explosiva mezcla de estafados por las preferentes e indignados por los recortes en educación.
 
Es solo una imagen más del desprestigio en el que se ha hundido, por méritos propios, nuestra clase política. Ruedas de prensa ante una pantalla de tv, violentas cargas policiales en las protestas ante el Parlamento,  actos sin preguntas, opacidad, mentiras, corrupción y, mi preferida, “mutis por el foro”.

No cabe duda de que España vive una situación económica mucho más que preocupante, pero lo que ha puesto el país al borde del estallido social es, sobre todo,  la provocación constante en la que vivimos. Esa sensación de que nos toman por tontos que se apodera de muchos de nosotros cada vez que el gobierno abre la boca. Una buena amiga utiliza mucho la expresión “Mean por nosotros y tenemos que decir que llueve”. Pues eso.

Las mentiras y la corrupción son algo a lo que, desgraciadamente, estamos acostumbrados gobierne quien gobierne, pero, desde mi punto de vista, nunca se llevaron a cabo con la desfachatez e impunidad con la que se hace actualmente. Hemos caído en el todo vale y la representación máxima es un presidente que nunca da la cara y que cuando lo hace se esconde tras una pantalla, en una sala diferente a los periodistas. Eso que hace unos años se conocía como cobardía. Y la cobardía nunca es el camino al respeto.

Así que no es de extrañar que la gente que ha perdido su dinero en preferentes se caliente ante la impasividad del gobierno, que los padres que tienen que mandar a sus hijos con la comida al cole se unan para protestar, que los estudiantes que no pueden pagar sus matrículas salgan a la calle, que los funcionarios se movilicen ante la pérdida de derechos y poder adquisitivo, que el personal sanitario que ve sufrir al paciente porque los recursos no dan a más se indigne y que hasta los jueces se movilicen ante la privatización de la justicia. De extrañar es que, con una cifra cercana a 6 millones de parados y el trabajo digno cada vez más ausente, el estallido social no esté siendo peor. Aunque no defiendo forma alguna de violencia venga del lado que venga no puedo dejar de comprender que más de uno pierda la paciencia.

Hace unos meses el Rey animaba a recuperar el espíritu de la transición y muchos políticos aplaudían la idea. Es irónico, porque nuestra actual clase política está, en líneas generales, a años luz de aquella. Así que yo les animo a que, para recuperar ese espíritu, comiencen por algo tan simple como dar la cara y aprender a conjugar el verbo dimitir. Antes de que la ventana para escapar de su pueblo esté demasiado alta.

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