lunes, 20 de enero de 2014

El lugar donde van a morir las abejas.



Se trata de un puente azul sobre la NVI. Un viejo puente de esos que parecen robustos pero a la vez, en ocasiones, se mecen mansamente al compás de nuestros pasos. Dex y yo lo cruzamos a menudo cuando salimos a pasear y desde hace un tiempo, independientemente de la estación, he podido observar que un gran número de abejas terminan allí. En ese suelo azul.
A veces yacen muertas sobre el acero, en otras ocasiones todavía se perciben en ellas pequeños movimientos que anuncian un final inminente. Cuando es así, cuando parecen agonizar, no puedo evitar pisarlas y al hacerlo siento esa absurda sensación de estar librándolas de un sufrimiento innecesario. De darles esa eutanasia que, muchas veces, se nos niega a los hombres.
Las abejas nunca mueren en sus colmenas. Siempre se alejan cuando saben que se acerca su final. Se trata de una medida simplemente higiénica que a mí se me antoja romántica en el sentido no amoroso de la palabra. Como si fuesen viejos guerreros samuráis cuya honra los empuja a desaparecer para que no haya testigos de su decrepitud.
Nada de esto explica, sin embargo, por qué terminan precisamente aquí, en este puente azul, frio y desconchado.

 
Sé que, en consonancia con el resto del blog, habría sido más coherente volver de las vacaciones con el Gamonal, darle otro repaso a la ley del aborto o quizá hablar de la muerte de Ariel Sharon. Pero entre tanta información y tanta indignación que pocas veces logra su fin, esto se me ha antojado hoy mucho más interesante.